domingo, 28 de febrero de 2010

LA SEGURIDAD DE LA SALVACION

Romanos 8: 35-39
¨¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro¨.

Una de las cosas más debatidas dentro del cristianismo es la cuestión de si la salvación se puede perder. Esta inquietud ha provocado que se realice un estudio serio y concienzudo acerca del tema, lo que ha dado como resultado el descubrimiento de una certeza firme al respecto. Lamentamos que en este momento todavía existan creyentes que no se sientan seguros de su salvación. Creo que esta inseguridad muchas veces no implica más que una simple  ignorancia relacionada con el tema, lo cual no significa que la persona no sea salva, aunque sí es una mortificación para todo el que no se sienta seguro de una cosa tan seria, y además es la desviación de una sana interpretación de la Biblia.

Se pueden hacer estudios sicológicos en comunidades que creen y en comunidades que no creen en la seguridad de la salvación, y se podrá descubrir que aquellos grupos de creyentes donde subyace el temor respecto de perder su salvación, manifiestan conductas similares a las que se registran en los miembros de una familia que no se consideran amados o aceptados lo suficiente por parte de sus padres; manifiestan una baja autoestima, y siempre están tratando de hacer algo para demostrar a sus padres que son dignos de ser sus hijos. En el caso contrario, aquellos grupos que son conscientes de la seguridad de su salvación tienen una vida espiritual mucho más estable, porque se creen amados y aceptados por Dios, tal como ocurre en una familia ordinaria donde los miembros se sienten amados, aceptados y respetados. Definitivamente estoy convencido del grave daño que genera en la conciencia de los creyentes la incertidumbre respecto de su salvación.

Esta es una cuestión histórica que nos viene de la herencia católica que ha enseñado por siglos que la salvación es algo que se puede lograr por méritos propios por medio de las buenas obras, que depende de nosotros y no de Dios. Este razonamiento católico generalizado, hace entendible que se infiera que, así como uno ha logrado obtener la salvación, de la misma manera la puede perder.

Es necesario que cada cristiano sepa y entienda que puede tener certeza de su salvación para bien de su desarrollo espiritual, para conformidad y comodidad de su fe y para una buena relación con Dios y con los demás miembros de su iglesia. Lo que nos proponemos en esta ocasión no es dar nuestro punto de vista, sino como siempre, es nuestro interés descubrir lo que la Biblia tiene que decirnos acerca de este controversial tema.

Hubo un tiempo en mi vida cristiana cuando creía que la salvación se podía perder, y les confieso que hacía un gran esfuerzo en mi vida personal por cuidar mis actos, de tal manera que no hiciera nada que pudiera ofender a Dios, para no poner en riesgo mi salvación. Esto era un gran martirio para mí, pues me daba cuenta que por más que me esforzaba, no podía lograr mantener el estándar de vida que yo me había planteado. Al mismo tiempo, veía cómo era la vida de algunos líderes de mi iglesia que enseñaban la doctrina de la entera santificación de Juan Wesley, pero para mí era más que evidente que no se esforzaban en lo más mínimo por alcanzar a vivir ni medianamente el nivel de la estatura de este gigante de la fe cristiana. Mientras hablaban de que la salvación se podía perder, y esperando ver yo en ellos una gran consagración, una vida santa, lo que veía era algo totalmente contrario, una licencia escandalosa para pecar, aquello era como una maratón a la desobediencia. Esto realmente me tenía preocupado en mis años de adolescencia y juventud.

Hoy puedo darme cuenta del gran bien que la doctrina de la seguridad de la salvación imparte a todo creyente consciente y verdaderamente consagrado al Señor. Por eso quiero que veamos en qué descansa esta seguridad.

1.- La Seguridad de la Salvación Descansa en el Propósito de Dios.

La salvación del hombre es un asunto que depende únicamente de Dios. Es una cuestión que ha sido diseñada por Dios desde antes de la fundación del mundo: ¨Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó¨(Romanos 8:29,30). Como puede ver, todo el proceso de esta gestión salvadora es un asunto que es competencia exclusiva de Dios. Así que, una vez que cualquiera ser humano entra en ese ámbito de la gracia impartida por medio de Jesucristo, está gozando de los eternos beneficios puestos por Dios en favor de todo imputado que se ha arrepentido y convertido genuinamente.

Es bueno estar claros que es la conversión genuina la que hace posible que esa gracia se haga efectiva y obre la salvación eterna. Pero es claro que no depende de los méritos propios que cualquiera ser humano pudiera exhibir, sino que depende únicamente de la voluntad perfecta y eterna de Dios: ¨Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe¨ (Efesios 2:8,9). Dios ha diseñado la salvación para todo ser humano: ¨Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna¨ (Juan 3:16). Pero los beneficiarios de esa salvación son aquellos que depositan fe en Jesucristo: ¨Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios¨ (Juan 1:12).

El Señor Jesús refiriéndose a la seguridad de la salvación nos dice: ¨Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen,

y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre¨ (Juan 10:29). Note usted lo que el Señor dice: que nadie las puede arrebatar de su mano, ni de la mano de su Padre. Si una persona recibe la vida eterna por creer en Jesús, ¿cómo puede ser posible que se pueda perder? Este pasaje de la Biblia basta y sobra para estar confiados en la seguridad de la salvación como una obra exclusiva de Dios. El problema reside en el hecho de que toda vez que nosotros pensamos en la salvación como algo en lo que nosotros tenemos algo que ver, surgirá la incertidumbre, pues nosotros los seres humanos no podemos garantizar algo fuera de nuestro alcance, como lo es la salvación.

Solamente el término salvación implica una seguridad y una confianza que no admite riesgos. Si existiera algún peligro de perderse, entonces no sería salvación y no sería algo de Dios. El que está en las manos de Dios está seguro, no tiene que temer a nada ni a nadie: ¨Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro¨ (Romanos 8:38,39).

2.- La Seguridad de la Salvación Descansa en la Obra Salvadora de Jesucristo.

Lo que Jesucristo obró en la cruz del calvario no puede ser algo sujeto a riesgo, sino que tiene que ser algo completamente seguro. El Hijo de Dios vino a este mundo a realizar la más grande obra de redención, y bajo ninguna circunstancia se puede pensar en fracaso alguno. Otra vez tenemos que decir que la ocurrencia de algún fracaso es y será siempre departe nuestra, pues no hay fracaso en Dios. ¡Qué bueno que la salvación es sólo obra de Dios! El problema surge cuando pensamos que tenemos algo que ver con el acto de la  salvación. Nosotros tenemos todo que ver con nuestra perdición, pero nada que ver con nuestra salvación. Si nos pudiéramos salvar de alguna manera por nuestros propios medios, usted puede estar seguro que Dios no hubiera entregado a su Hijo para que muriera en una cruz por nosotros, y Jesucristo de hecho habría muerto de más (Gal.2:21).

En esa certeza que sólo Jesucristo puede garantizar, él nos dice: ¨De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida¨ (Juan 5:24). Yo no necesito más evidencia que ésta, el propio Señor Jesucristo me da la seguridad de mi salvación. Puedo ver aquí, que tan pronto yo le recibo a él como mi Salvador, ya tengo la vida eterna; no es algo que recibiré en el futuro, sino que es algo que ya poseo por creer en él. Si esto no es seguridad de salvación, no sé que es.

Algunas personas dicen que no es posible saber si uno es salvo. Realmente el que dice esto no sabe de lo que está hablando, pues si no podemos estar seguros de que somos salvos, ¿qué es lo que hacemos creyendo en Jesucristo? Yo creo en Jesucristo porque él me salva, porque él me salvó, si eso no es así, entonces, como dice Pablo, somos los seres más dignos de conmiseración: ¨Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres¨ (I Corintios 15:19). Pero la verdad es que en Jesucristo podemos estar seguros de nuestra salvación, pues es él quien la ha hecho posible, es él quien la ha obrado al morir en la cruz y la selló con su resurrección.

La garantía de nuestra salvación fue sellada cuando Jesús se levantó de entre los muertos. Jesús hizo posible que los creyentes sean partícipes de su victoria. Los términos en los que se refiere la Biblia acerca de nuestra nueva relación con Dios son los de herederos juntamente con Cristo: ¨Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados¨ (Romanos 8:17). Nuestra salvación está segura en Jesucristo, no hay que temer.

3.- La Seguridad de la Salvación Descansa en el Ministerio del Espíritu Santo.

Con relación a estar seguros de si somos salvos, nos dice el apóstol Pablo lo siguiente: ¨Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios¨ (Romanos 8:15,16). Todos los privilegios que entrañan estas palabras son dados al creyente mediante el bautismo del Espíritu Santo. Cuando uno se convierte, el Espíritu Santo entra a nuestras vidas como la garantía de nuestra nueva y dinámica relación con Dios. El Espíritu Santo tiene la misión de ser nuestro Paracleto, o sea, nuestro abogado, nuestro consolador, nuestro compañero inseparable.

En este pasaje de Romanos 8:16,17 tenemos tres palabras que debemos analizar: temor, adopción y Abba. Primeramente analicemos la palabra temor, en el contexto en el que está expresado en este pasaje. Note que el apóstol Pablo nos está guiando a reconocer la confianza que ahora tenemos en Dios por el hecho de ser sus hijos mediante la acción de Jesucristo en la cruz. Antes no teníamos ningún derecho de acercarnos a Dios, ni podíamos hacerlo porque estábamos en pecado, pero ahora, por el sacrificio de Jesucristo en la cruz tenemos acceso a la misericordia de Dios: ¨Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro¨ (Hebreos 4:16). Todo esto es posible porque al creer en Cristo hemos hecho la paz con Dios y todos nuestros pecados han sido perdonados, hemos sido justificados: ¨Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios¨ (Romanos 5:1,2).

La segunda palabra que debemos analizar es la palabra adopción. Es un término hermoso, pues nos habla de que andábamos errantes, lejos de la familia de Dios, sin ciudadanía celestial, sin padre, pero ahora hemos sido encontrados y hemos sido hechos parte de la familia más importante, la familia de Dios. Es un cambio radical, por eso dice la Biblia que pasamos de muerte a vida: ¨De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida¨ (Juan 5:24). Esta adopción es algo que depende de la pura gracia divina, no es algo que ganamos, y por lo tanto, como no depende de nosotros obtenerla, tampoco depende de nosotros perderla. Y si esto es así, ¿cómo dicen algunos que no se puede tener seguridad de salvación?

Es por esta confianza que podemos venir a Dios y llamarlo Abba, que significa padre en términos de absoluta confianza, y esta es la tercera palabra que debemos analizar. Ahora nuestra relación con Dios es la de un hijo y un padre, y esta intimidad es posible por la acción de su Espíritu Santo que hasta habla por nosotros. Esto nos garantiza que toda vez que necesitemos venir al Señor para confesar nuestras faltas, podemos acudir a él con la plena certeza de que seremos atendidos oportunamente, porque la seguridad de la salvación no implica que estemos exentos de pecar, pero sí que debemos mantener una buena relación con nuestro padre Dios, reconociendo nuestras faltas y confesando nuestros pecados: ¨Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad¨ (I Juan 1:9).

La obra del Espíritu Santo precisamente es hacernos conscientes de esa relación entre nosotros y Dios: ¨El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios¨ (Romanos 8:16). Es por medio del Espíritu Santo que cada creyente puede vivir la vida cristiana. Sin la acción permanente del Espíritu de Dios en nuestras vidas no podemos ser fieles ni podemos perseverar en esta vida llena de tentaciones y trampas de Satanás. Es por ello que el apóstol Pedro nos advierte acerca de la realidad de nuestro enemigo, pues aunque ya no somos sus marionetas, no somos inmunes a sus maquinaciones: ¨Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar¨ (I Pedro 5:8).

Una última cosa que queremos apuntar: No se es salvo y siempre salvo basados en nuestra auto confianza, ¡De ninguna manera! Pensar eso sería una soberana necedad. Pero tampoco se puede decir que se es salvo y siempre salvo viviendo de manera carnal y sin mostrar los signos que deben caracterizar a los hijos de Dios: ¨Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él¨ (Romanos 8:5-9).

Definitivamente, la seguridad de nuestra salvación descansa en Dios y él nos ha dado su sello como garantía de lo que nos espera: ¨Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos¨ (Romanos 5:5,6).


Leandro González

Mensaje predicado por Leandro González en la Primera Iglesia Bautista de Mao, República Dominicana, en Febrero 28 de 2010.


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