miércoles, 28 de julio de 2010

LA MAYORDOMIA BIBLICA

Salmos 24:1,2.

“De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan. Porque él la fundó sobre los mares, y la afirmó sobre los ríos”.

Con frecuencia escuchamos decir que podemos hacer uso de los recursos naturales, como el sol, por ejemplo, porque “el sol no pasa factura”. Cuando las gentes dicen esto, por lo general no se percatan de la verdad tan grande que están diciendo. ¿Se imagina usted qué sucedería si Dios nos pasara factura por cada uno de los bienes que usamos de la naturaleza que él creó? Ni toda la fortuna del mundo bastaría para pagar un solo rayo de sol. Ni toda la fortuna del mundo bastaría para pagar una sola gota de agua. Toda la fortuna del mundo sería insuficiente para proporcionarnos un solo átomo de oxígeno natural. Porque no tenemos con qué producir o pagarnos ese lujo, Dios nos lo da todo de gracia. La providencia divina es la que nos sostiene en este mundo, y eso es algo elemental como principio de mayordomía.

No sólo somos criaturas de Dios, sino que vivimos, y nos movemos y somos por su benevolencia y voluntad; sin ese beneplácito del Padre Celestial, al instante dejaríamos de ser. El apóstol Pablo ya lo decía a los epicúreos y a los estoicos en el areópago, allá en Atenas, hace cerca de dos mil años: “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos” (Hechos 17: 28).

Esta introducción es pertinente porque hoy vamos a hablar de la mayordomía cristiana. El diccionario define la palabra “mayordomo” como el criado principal de una casa o hacienda. ¿Se acuerda de José?, él era mayordomo en la casa de Potifar, allá en Egipto: “Así halló José gracia en sus ojos, y le servía; y él le hizo mayordomo de su casa y entregó en su poder todo lo que tenía” (Génesis 39:4).

La historia bíblica del Génesis nos da claros indicios de que José sabía muy bien cuál era su posición como mayordomo, y cuál era la principalía de su amo quien lo había puesto a administrar su casa. Pero, ¿sabemos nosotros esto con respecto a nuestra relación con Dios? ¿Estamos conscientes de cuál es nuestro papel como mayordomos de Dios en este mundo?

He visto en algunos negocios de cristianos un letrero que reza “Dios es mi socio”. Es claro que cualquiera que crea esto, está totalmente equivocado de su verdadera posición frente a Dios. No es posible que podamos ser socios con Dios o que Dios sea socio con nosotros, por el solo hecho de que no podemos igualarnos con Dios. Por ese motivo, quisiera que veamos los siguientes principios que la mayordomía bíblica nos enseña:

1.- La Mayordomía Bíblica Nos Enseña Que Dios es Nuestro Dueño.

Como Creador, Dios tiene el derecho de autoría, pero mucho más que el derecho de autoría es, la insubordinable soberanía que ostenta por ser Dios. O sea, Dios es el que manda, es el que pone las reglas, el que dicta las leyes. El ha establecido las leyes espirituales, bajo las cuales se rige el comportamiento de los seres humanos. El ha establecido las leyes físicas, bajo las que se rige el universo. La violación a las leyes físicas tiene una consecuencia, cuyos resultados se ven, por lo general, inmediatamente; pero la violación a las leyes espirituales, no necesariamente el hombre se percata de sus consecuencias en el instante en el que las viola, pero sí se ven las consecuencias tarde o temprano, y se verán en el día del juicio final de una forma dramática. De ahí que toda argumentación en contra de la soberanía de Dios sobre nosotros, no deja de tener sus consecuencias eternas, una trascendencia que debe espantar a cualquiera mortal.

En materia de mayordomía, una manera como Dios pesa nuestra fidelidad hacia él es por medio del diezmo. Dios ha establecido el diezmo desde el principio, tanto antes, durante y después de la ley. En el Antiguo Testamento el cumplimiento de esta exigencia de Dios se manifestaba en la vida del pueblo de Israel; y en el Nuevo Testamento en la persona Cristo (quien era un verdadero y fiel diezmero) y en su iglesia. Según Juan nos dice en el Nuevo Testamento en I Juan 5:20, “estamos en el verdadero”, no como la sombra que era Melquisedec, a quien “Abram dio los diezmos de todo” (Génesis 14:20), sino que Cristo es el verdadero: “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (I Juan 5:20). Entonces, si Abraham, el padre de la fe, dio los diezmos a Melquisedec, quien era tipo de Cristo (su sombra), mucho más debemos dar los diezmos a Cristo, el verdadero sumo sacerdote para siempre: “donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (Hebreos 6:20).

Jesucristo es el heredero de todos los bienes de Dios, y nosotros coherederos con Cristo por la fe que hemos depositado en él. Esto hace tan trascendente la mayordomía que lo único que podemos decir es ¡Qué lamentable si no decidimos ser fieles en nuestros diezmos y ofrendas!

Otra idea que se desprende de la verdad de que Dios es el dueño, es que él nos va a llamar a cuentas: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios 5:10). Es por esto que Dios quiere que arreglemos cuenta con él antes que llegue el día en el que tengamos que rendir cuentas definitivas, cuando ya no habrá vuelta atrás, ni oportunidad para el perdón; por eso nos dice hoy: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18).

Desgraciadamente, muchos quieren, vivir su vida sin restricción alguna, dándole riendas sueltas a sus pasiones y deseos. Su rebeldía es notoria en el rechazo que esgrimen a los derechos de Dios sobre ellos. Piensan que se van a pasar la vida haciendo y deshaciendo, y que no les va a pasar nada; pero la verdad es que un día nos tendremos que presentar delante del Juez justo para dar cuenta de nuestra vida. No hemos sido dejados aquí a nuestro antojo, sueltos como chivos sin ley. ¡No!, Dios está más pendiente de nosotros de lo que nos imaginamos. ¡Ojalá que hoy entendamos eso para nuestro bien!

2.- La Mayordomía Bíblica Nos Enseña Que Somos Propiedad de Dios.

El principio fundamental de los versículos que nos sirven de inspiración para nuestro sermón en el Salmo 24:1,2 es que todas las cosas son propiedad de Dios, incluyéndonos a nosotros. El Salmo 100:3 nos lo refiere de una forma elocuente: “Reconoced que Jehová es Dios; El nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado”. Todo es de Dios, y él tiene jurisdicción absoluta sobre nosotros: “He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4).

Nuestras vidas están en las manos de Dios, y él hace con ellas lo que él quiera. Sin embargo esto no significa que Dios actúe de manera arbitraria, sino que todo depende de nuestra decisión de reconocer o no su señorío sobre nosotros. Dios no nos ha creado para hacernos mal, sino para hacernos bien, tal y como son sus palabras tan hermosas dichas a su pueblo Israel en un momento de su historia: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” ( Jeremías 29:11). Esto debería hacernos sentir confiados de Dios todos los días de nuestra vida, y de sabernos seguros en sus manos como su propiedad. Esa clase de paternalismo es saludable para poder tener una mente y un cuerpo sanos. Siendo consecuente con este principio es que Jesús nos dice: “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas. ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (Mateo 6:25-34).

Aunque Dios es nuestro dueño, él anhela tener una relación con nosotros como la que tiene un padre con un hijo, por eso nos hizo a su imagen y semejanza, para que tengamos la capacidad de comunicarnos con él de manera inteligente: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:26,27). Pobre del que desconozca esta gran verdad de que el deseo de Dios es que seamos sus hijos: “Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:18).

3.- La Mayordomía Bíblica Nos Enseña La Bendición de Obedecer.

En Malaquías tenemos la queja de Dios por la infidelidad general de su pueblo Israel, y de manera muy particular por faltar en lo concerniente al diezmo. A ellos Dios les llama ladrones, y ese calificativo es el mismo para nosotros hoy, toda vez que nos quedemos con lo que no nos corresponde, porque el diezmo es de Dios: “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado.” (Malaquías 3:8,9). Y esta severidad de Dios se hace notoria también en el Nuevo Testamento en la vida de la naciente iglesia primitiva, cuando Ananías y Safira fueron duramente sancionados por Dios, con la muerte de ambos, por su falta de fidelidad y por su hipocresía (Hechos 5:1-11).

Pero vemos allí en Malaquías, donde las palabras de Dios son severas contra los infieles, que el perdón de Dios está a las puertas para el que decida ser fiel y obedecer. Malaquías habla de Bendiciones sobreabundantes. Dios no sólo nos proporciona la vida, sino que está dispuesto a bendecirnos sobreabundantemente si obedecemos a su palabra: “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10).

Es bueno que entendamos, de una vez por todas, que el beneficio de dar para la causa de Cristo es para nosotros, no para Dios. Cuando diezmamos, Dios no gana nada, pues él no necesita nada de nosotros, sino que somos nosotros los que ganamos, pues recibimos la aprobación de él por reconocerlo como nuestro dueño.

Note que Dios es tan buen dueño, tan buen amo, que él nos da a nosotros el noventa por ciento de lo que producimos en su mundo, y él sólo nos exige el diez por ciento. ¿No se da cuenta que debería ser al revés? ¿Y qué pasaría si Dios decidiera quedarse con todo? Pero todavía más, cuando traemos los diezmos al alfolí, que es el tesoro o granero del templo, esos recursos son usados para nuestro propio beneficio. ¡Nuestro Dios es increíble!

A pesar de ser Dios el amo por excelencia, muchos prefieren hacer tratos con el diablo, y así viven sufriendo las consecuencias de una relación tan desastrosa, ya que la Biblia nos dice cuál es el resultado de hacer pactos con Satanás; pues la miserable paga que da el diablo es la muerte, pero Dios nos da como regalo la vida eterna: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Note que, siendo merecedores de nada, Dios nos da lo mejor, la vida eterna; y contrario a esto, usted puede trabajar toda su vida para Satanás, y al final, lo que recibirá como pago, será la muerte, la separación eterna de Dios. ¿No le parece un pésimo negocio?

Cuando somos obedientes y reconocemos las demandas de Dios para nosotros, entonces somos parte del reino de Dios, y todo lo que somos y tenemos lo ponemos al servicio del Señor, y de esta manera se cumplen las demandas del Señor para con nosotros, y sobre todo, cumplimos nosotros la gran comisión (Mateo 28:18-20). Una buena administración de nuestros bienes y de nuestros dones y talentos, de nuestra vida integral, es lo que Dios desea para nuestra felicidad y provecho. Espero que así lo hagamos para nuestro bien.

Leandro González.

Sermón predicado en la Primera Iglesia Bautista de Mao, República Dominicana, el 25 de julio de 2010.

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